sábado, 3 de mayo de 2014

Siempre nos quedará París




Hace una semana estaba a más de mil kilómetros de mi casa.
Dos días de autobús, horas andando, comida rara y muchas, demasiadas risas.
Era otro mundo. He podido ver lo tranquilos que estamos en los pueblos. Ahí la gente vive a cien y a penas sonríe. Si quieres comer bien, pagas un dineral y sino comes lo mismo durante el resto de tu vida.
No he parado de preguntarme si los parisinos se dan cuenta de lo bonita que es su ciudad. Con sus calles gigantes, graffitis de colores y monumentos históricas a cada esquina. Todo eso coronado por la Torre Eiffel, sombrero de bruja gigante que, al caer la noche se ilumina y a medianoche centellea haciéndonos sentir como si fuese Nochevieja.
Disneyland es un mundo aparte. Aunque me lo imaginaba más mágico. En la tele te lo venden con los muñecos en la calle, hablando contigo y echándose fotos. Pero una vez ahí tienes que elegir entre entrar en un parque u otro, hacer colas de diez años y pagar para poder ver a los personajes y echarte fotos con ellos. Aunque estoy feliz por haber podido ver a Peter Pan, aunque sea de lejos.
Pero París no es Francia. Es más, los franceses afirman que "los parisinos no son como los demás".

Hemos estado en Poitiers visitando el Futuroscope. Me ha gustado aún más que Disney.
Menos conocido y con colas más cortas, pero no por eso es peor. Tiene una gran cantidad de atracciones de calidad, una de ellas del Principito (he muerto de amor) y otra también muy buena de los Minimoys en 4D.

Pero finalmente estoy contenta de volver a dormir más de cuatro horas por noche.



Saludos, niños perdidos.

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